Cuando el Foro Boca se convirtió en faro
Su arquitectura brutalista parecía emerger directamente de las entrañas del mar, sólido y sereno, como si siempre hubiera estado ahí, aguardándome.

La marea me trajo aquí una mañana de julio, sobre esta lancha vieja y resquebrajada que parecía más un trozo de memoria olvidada que un medio de transporte. Había zarpado en busca de inspiración, siguiendo la línea invisible que el horizonte traza entre el agua y el cielo, y terminé encallando en una playa donde el viento sabe contar historias y la arena entierra secretos.
Frente a mí, como una aparición improbable, se alzaba una mole de concreto y arte: el Foro Boca. Su arquitectura brutalista parecía emerger directamente de las entrañas del mar, sólido y sereno, como si siempre hubiera estado ahí, aguardándome. El sol caía vertical sobre el edificio y los reflejos del agua rompían contra su fachada, proyectando destellos sobre su grisura como pinceladas vivas que ningún artista podría jamás igualar.
Me senté en la orilla, la cámara colgando flojamente de mi cuello, las manos manchadas de salitre. Tomé una fotografía tras otra, cada disparo una confesión silenciosa de asombro. Luego, saqué mi cuaderno de bocetos. No recuerdo cuánto tiempo pasé ahí, trazando líneas apresuradas, atrapando con grafito la furia tranquila del océano, la dignidad del edificio, la lancha varada como un testigo mudo de mi llegada.
La idea de regresar se evaporó con la primera ola que lamió mis zapatos. ¿Cómo podría marcharme? ¿Cómo dejar atrás un lugar que parecía conocerme antes de que yo mismo supiera quién era? En cada amanecer, el cielo sobre Boca del Río se abría como un lienzo inédito, y yo, fotógrafo y pintor, encontraba en cada rincón una historia que sólo mis ojos podían contar.
Hoy, la lancha sigue ahí, oxidándose lentamente en la arena, como parte del paisaje, como yo. Vivo a pocas calles del Foro Boca, en un pequeño estudio con vista al mar. Algunos días tomo mi cámara y recorro la playa, otros simplemente pinto desde la terraza mientras el viento me recuerda aquel primer día.
Nunca más volví a mi país. No porque huyera, sino porque entendí que el arte, a veces, escoge su hogar por ti. Y el mío, sin duda, está aquí, donde las olas tocan la música, y la brisa lleva consigo la promesa eterna de nuevos horizontes.