VISTA

¡Qué iris loco!

La escena pintada que une la Isla de los Sacrificios, una hielera del oxxo, una coca-cola y, por supuesto, un celular atrapa la memoria de nuestro colaborador Lolo Álvarez.

Había ido a la Cervecería Heroica para fotografiarla y me encontré con el ¡QUE IRIS LOCO! Como suele pasarme desde que vivo en Boca del Río, la realidad decidió abrirme una puerta a otra historia.

En uno de los muros de la planta, lejos del zumbido de la maquinaria, colgaba una pequeña exhibición de pinturas en venta. No eran piezas solemnes ni de museo: tenían sal y sol en sus colores, ese pulso de vida que sólo se logra cuando el mar es el vecino.

Y entonces la vi. Una escena pintada con un atardecer que casi quemaba el horizonte. Cuatro amigos y una hielera, una chica riendo con una Coca-Cola en la mano, dos amigos con una intensa plática y cerveza en mano, otro con un celular buscando la playlist perfecta, el mar arremetiendo con espuma, y esa leyenda en rojo que parecía un grito o una carcajada: ¡QUE IRIS LOCO! Me quedé mirándola como quien tropieza con un recuerdo: yo, veinte años atrás, con amigos, en alguna playa que quizá ya no exista como la recuerdo.

Fotografía © Riviera Veracruz Magazine. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización expresa del autor.

Me atrapó esa mezcla de libertad y desparpajo, en algo tan común como una hielera de OXXO, por supuesto, repleta de cervezas. Era casi un manifiesto involuntario: la playa no discrimina. En ella cabe el júbilo más ligero y el peso más oscuro, el amor de verano y la soledad más honda. Es un muro blando donde las olas golpean y devuelven lo que pueden, y donde cada quien decide si flota o se hunde.

El detalle de La Isla de los Sacrificios

Le tomé una foto. No sólo para recordar el cuadro, sino para fijar esa sensación que me persigue cada vez que el mar y la juventud se cruzan en el mismo encuadre: la certeza de que la vida, cuando quiere, se pinta sola.

Pero al mirar con más atención, descubrí algo más. Allá, al fondo, recortada en el horizonte anaranjado, estaba la Isla de los Sacrificios. Siempre me ha fascinado ese pedazo de tierra, no tanto por su tamaño —apenas un punto en la inmensidad del Golfo— sino por lo que carga en su nombre: altar, refugio, prisión… y ahora postal para turistas y navegantes. El pintor la dejó ahí como quien lanza un guiño a los que saben mirar más allá de la superficie.

La playa, pienso cada vez que la contemplo, siempre tiene espíritu para todas las edades, todos los humores y estados de ánimo, todas las tragedias y alegrías. Es un muro líquido donde el ser humano descansa o se agita, mientras las olas remueven memorias y devuelven pedazos de historias que a veces ni sabíamos que eran nuestras.

La memoria roja de las manzanas

Lolo Álvarez

Fotógrafo y pintor. Apasionado de los paisajes marinos y sus cercanías.

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