VISTA

Selfis de fondo de pantalla

"Porque mientras todos sonríen con el mar de fondo, yo lo miro de frente y siento su tristeza. Esa tristeza que no cabe en un selfi".

Esta mañana el mar estaba quieto, como si alguien hubiera decidido suspenderle el pulso. No gritaban las gaviotas, no reventaba la espuma contra las piedras. Solo un azul inmóvil, demasiado perfecto, como esas selfis de fondo de pantalla que uno nunca se detiene a mirar. 

He visto más gente posar frente al mar que mirar realmente sus olas. Es un espectáculo curioso: el océano entregado, infinito, y los cuerpos torcidos en ángulos imposibles, la boca de pato, la sonrisa ensayada. Como si el mar no fuera suficiente y necesitara ser reducido al telón de un yo más urgente, más instantáneo, más publicable.

A veces pienso que el puerto ya no existe para ser habitado, sino fotografiado. Nadie camina con las manos libres; todos cargamos nuestro celular que nos dicta cómo ver, cómo recordar, incluso cómo sentir. Y yo, que escribo esto con la torpeza de quien aún necesita un lápiz, me pregunto si no estaré igual de atrapado: cambiando el silencio del mar por estas palabras que buscan también algún aplauso invisible.

La belleza, dicen, está en todas partes. Pero hoy sospecho que la belleza murió cuando dejó de doler. Cuando se convirtió en fondo de pantalla, en “story” con filtro sepia, en postal que nadie huele, que nadie moja con los pies descalzos. El mar se volvió escenario; nosotros, vanidosos personajes de una obra que ya nadie ve.

Y confieso que hay un cansancio aquí. Una náusea sutil. Porque mientras todos sonríen con el mar de fondo, yo lo miro de frente y siento su tristeza. Esa tristeza que no cabe en un selfi. Esa tristeza que, quizá, es también la mía.

Regresé caminando. El mar seguía callado, paciente, inmenso. Pero me pareció —solo un instante— que respiraba conmigo, como si supiera que aún quedan ojos que no lo usan de espejo, sino de herida.

¡Qué iris loco!

Elias del Mar

El columnista desmonta modas, lugares comunes, discursos mediáticos y finge hablar de cosas pequeñas (el café, la lluvia, un perro callejero), pero en realidad lanza dardos contra lo mediocre, lo corrupto y lo pretencioso.

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