SABOR

Don Julián y el corazón del ostión

Desde Alvarado hasta Tamiahua, la historia de un pescador que aprendió que el mar puede ser peligro y milagro a la vez.

En una palapa junto a la Laguna de Mandinga, donde el aire huele a sal y a historia, don Julián recuerda sus primeros días en el oficio que le dio todo. A sus 60 años, conserva la mirada firme de quien ha aprendido a leer el agua. Su vida está marcada por el ostión, ese pequeño tesoro que sostiene la economía de miles de familias veracruzanas.

Según datos de la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (CONAPESCA), en 2024 Veracruz en 2024 lideró la producción nacional de ostión con 13,183 toneladas, provenientes principalmente de lagunas como Mandinga, Alvarado, Tamiahua y Sontecomapan.

“Era 1973, tenía 8 años cuando mi padre me llevó por primera vez a la Laguna de Alvarado”, recuerda. “Una tormenta nos sorprendió en plena faena. Las olas nos zarandeaban, pensé que el mar nos tragaba. Pero salimos vivos. Desde entonces supe que el ostión no se saca fácil: es riesgo puro.

Aquel día marcó el inicio de una vida entera dedicada al agua. Don Julián aprendió pronto que el mar puede ser maestro y verdugo a la vez.

Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.

Infancia de sal y sacrificio

Mientras otros niños corrían por las playas de Tamiahua o jugaban futbol en la arena, él madrugaba para subir a una panga vieja y sumergirse en las aguas turbias. “Mi papá me decía: ‘Levántate, hijo, el ostión no espera’. Yo quería jugar, pero tenía que bucear con tubo casero y buscar con las manos los ostiones pegados al manglar. Me cortaba las manos, sangraba, pero el mar me enseñó disciplina.”

Esa disciplina se transformó en sustento. En comunidades como Pueblo Viejo, Tampamachoco o Catemaco, la extracción de ostión representa mucho más que un trabajo: es la base de la vida familiar.

Don Julián recuerda el momento en que comprendió que el mar también podía ser generoso.

“Tenía 15 años, saqué un montón de ostiones grandes. Al venderlos, vi que con eso comíamos toda la semana. Ese día supe que el mar no solo da miedo: también da amor.”

Desde entonces, el oficio se volvió destino. Salvó compañeros atrapados en redes, sobrevivió a tormentas y vio amaneceres que, dice, “curan el corazón”. En el mercado de Catemaco conoció a Rosita, su esposa. “El ostión nos dio para comer y para criar a nuestros tres hijos. Cuando mi primer hijo nació prematuro, me fui al mar toda la noche. Con lo que saqué pagué al doctor. El mar me lo devolvió vivo.”

Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.
Foto: Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural y Pesca de Veracruz.

Herencia de agua y fuego

Hoy, a los 60, Don Julián aún se adentra en la Laguna de Tamiahua, aunque el cuerpo ya no responda igual. Lo hace por amor, no por necesidad.

“El año pasado llevé a mi nieto de 10 años. Sacamos unos cuantos ostiones. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Era como verme de niño otra vez.”

Habla del mar como quien habla de un viejo amigo: con respeto, con cariño, con la certeza de que todo lo que fue y será está allí, en esa extensión infinita de agua salada. “Sin el mar, no soy nadie. Es libertad, pero también sacrificio. Lo que uno aprende allá abajo, entre raíces de mangle, no se olvida.”

En Veracruz, la vida del ostionero es símbolo de resistencia. A pesar del cambio climático y del aumento de la temperatura del agua —que han reducido los bancos naturales en varias lagunas—, hombres como Don Julián siguen encontrando en el mar una razón para levantarse cada día.

Antes de despedirse, comparte su receta favorita: ostiones a la diabla. “Ajo, cebolla, chile guajillo, salsa inglesa, tomate, cilantro y los ostiones frescos. Cinco minutos al fuego y listo. Es picante, pero reconfortante, como la vida en el mar.”

Así habla Don Julián, con la voz gastada por la sal y el sol, pero con el alma intacta. Su historia, como la de muchos ostioneros veracruzanos, es testimonio de un oficio que no solo alimenta cuerpos, sino también memoria y esperanza.

Don Juan Delgado, medio siglo de pesca, familia y tormentas en La Mandinga

Juan Carrera

Joven reportero que conoce todos los callejones de Veracruz, empezando por Veracruz Puerto y Boca del Río.

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