TRADICIÓN

La tiricia de los payasos

En las fiestas de Xico, algunos cuerpos danzan movidos por la nostalgia y una sed que no pertenece a este mundo.

Mi alumno me dijo que no todos los que bailan están vivos, regresan porque están enfermos de tiricia y nostalgia. La fotografía no es mía. Y, sin embargo, desde que la sostuve entre los dedos supe que algo de mi mirada había quedado atrapado ahí, como queda la sal en la piel después de mirar demasiado tiempo al mar.

Me la regaló un alumno del taller de fotografía, al final de un encuentro en Xico, con la discreción de quien entrega un objeto y, al mismo tiempo, una advertencia. No hubo explicación técnica ni datos precisos: hubo una historia. Fue él quien me la contó. Y en ese gesto entendí que la imagen ya venía completa, sostenida por un relato que la respiraba desde dentro.

La danza apretada

En la imagen aparecen los payasos. Avanzan por la calle empedrada con sus trajes inflados, colores que no piden permiso, máscaras que sonríen de una forma antigua, casi obstinada. No posan: bailan. El movimiento se les nota en el cuerpo apretado, en una torpeza rítmica que no es torpeza sino urgencia. La fiesta patronal de Santa María Magdalena, cada 22 de julio, los convoca desde siempre. O eso creemos.

Detrás de esas máscaras —así me lo contó mi alumno— se cuelan los muertos. Regresan porque están enfermos de tiricia, de nostalgia. Porque ni la tierra ni el tiempo los han terminado de aceptar. Bailan distinto: el cuerpo se les va para donde no marca la música, como si cada paso fuera una negociación con algo que ya no funciona del todo. Tienen sed. Una sed que no se quita. Piden agua, trago, aguardiente, como si el líquido pudiera devolverles lo que el cuerpo ya no recuerda.

Si uno afina el oído, entre el son de la banda y el golpe de los pies contra la piedra, se oyen gemidos. No son gritos. Son sonidos bajos, guturales, casi animales, detrás de las máscaras. Hay que poner mucha atención. La mayoría no lo hace. Y quizá por eso pueden pasar desapercibidos.

El olor que se va cuando la fiesta termina

Miro la fotografía una y otra vez. En los pliegues de los vestidos, en el brillo opaco de las máscaras, parece latir algo que no pertenece del todo a este lado. No es miedo. Es una tristeza dulce, un cansancio antiguo. Ese olor del que hablan en Xico durante las fiestas —dulzón, espeso, imposible de explicar— parece filtrarse también en la imagen. Dicen que cuando la celebración termina y los payasos se van, el olor desaparece. Como si ellos regresaran a sus tumbas, a seguir pudriéndose con paciencia, a seguir muriéndose donde les toca.

He aprendido que hay imágenes que no capturan lo que se ve, sino lo que insiste en regresar. Esta fotografía es una de ellas. Me recuerda que hay danzas que no se hacen para celebrar, sino para no desaparecer del todo. Y que, en ciertos pueblos, la frontera entre los vivos y los muertos no es una línea, sino un baile mal coordinado en medio de la fiesta.

Lolo Álvarez

Fotógrafo y pintor. Apasionado de los paisajes marinos y sus cercanías.

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