La carta que le escribo a mamá todos los días
Desde este dibujo, imagino a mamá cotidianamente, yo, dentro de ella, en el día a día y más allá de todo.

A veces me quedo viendo la cara de mi mamá cuando duerme. Sus párpados bajitos, su respiración que va despacio, y pienso: “yo estuve dentro de ti”. Me parece increíble. Como si fuera un secreto muy especial que solo nosotras dos compartimos.
Me gusta imaginar cómo era estar en su vientre. Me lo imagino tibio, como una cobija suave que huele a ropa limpia y se siente como los abrazos de mamá. Todo se ve de un color rojito suave, como si el mundo entero fuera un atardecer. A veces, me parece que puedo escuchar su risa, como si viajara a través del agua. Imagino que estar dentro de ella sabe dulce, agridulce, como cuando me da un trozo de mango con chile y limón.
Cada mañana, cuando me despierta, oigo su voz antes de abrir los ojos. Esa voz que ya conocía antes de nacer. Me dice: “¡Levántate, mi amor! Ya es hora.” Yo intento quedarme un ratito más, pero luego recuerdo que ella ya está en la cocina, preparando el desayuno, y me entra prisa por correr a abrazarla. A veces discutimos un poco, especialmente cuando hacemos la tarea y no entiendo algo y me enojo. Ella se enoja también, pero nunca se le va el amor de los ojos.
A veces, en silencio, me imagino que un día ella será viejita. Tendrá el cabello blanco como las nubes y la piel arrugadita como papel maché. Yo estaré allí. Le llevaré vasos de agua, aunque no los pida. La ayudaré a bañarse y le prepararé sopas calientitas que le gusten. Si algún dolor llega a su cuerpo, yo estaré cerca, como ella cuando me pongo triste o enferma. No la dejaré sola. Y cuando llegue ese momento —ese que no quiero pensar pero que también pienso—, estaré tomada de su mano, agradecida porque me dio la vida.
Después, me la imagino viajando lejos, a un lugar lleno de luz. Como si flotara entre corazones y estrellas, justo como los que dibujo. Todo tranquilito por allá. Hay amor y bondad, como si el mundo entero se hubiera vuelto un abrazo. Yo la imagino sonriendo, libre, rodeada de la paz que se merece. Y sé, en mi corazón de niña, que algún día estaré otra vez con ella, caminando juntas por la eternidad, como cuando lo hacíamos camino a la escuela, pero esta vez, sin relojes ni prisas.
Porque aunque ya no esté donde mis ojos la vean, siempre viviré sabiendo que fui su casa antes de tener la mía, y que ella será mi hogar, aún después del tiempo.