The Wellington Pub: pintas, historia y descanso en el corazón de Londres
Este icónico pub en The Strand fue la primera parada de Aarón (papá) y Killari (hija), colaboradores de Riviera Veracruz Magazine, en su travesía por Europa desde Tamaulipas.

Aarón del Ángel Pretelín.
Nuestro recorrido comenzó en Londres.
Londinium, como lo bautizaron los romanos hace casi dos mil años, siempre ha tenido su encanto. En verano, la ciudad se vuelve aún más vibrante, donde lo muy antiguo comparte espacio con lo más vanguardista —y lo hace sin estridencias. Las calles están llenas de gente de todas las razas, colores e ideas. Londres ofrece actividades, museos e historias por descubrir; no en vano, recibe 19 millones de turistas al año.

Dos de sus principales atracciones bien podrían ser la The National Gallery y el British Museum. Ambos figuran en el top 5 de cualquier guía de viajes. Pero justo entre estos dos puntos emblemáticos se encuentra el vecindario de Covent Garden, que colinda al sur con el Támesis y al norte con Soho. No diría que es un barrio tranquilo, pero sí más relajado que sus vecinos. Ideal para descansar las piernas, calmar la sed o abrir el apetito.
Decidimos iniciar la caminata en el barrio de Covent Garden, una zona vibrante que colinda al sur con el Támesis y al norte con Soho. Aunque no es un barrio particularmente tranquilo, tiene un aire más relajado que sus vecinos: ideal para estirar las piernas, calmar la sed y abrir el apetito.
En el corazón de este vecindario me encontré con The Wellington Pub, en la esquina de Wellington y The Strand. Forma parte de la cadena Nicholson’s Pubs —con más de 150 años de tradición británica— y se distingue por su estilo individual, su historia y su encanto arquitectónico. Inaugurado en 1903, este pub es famoso por su interior de estilo neo-gótico: techos de madera tallada, vitrales coloridos y una acogedora chimenea original de mármol. Su nombre rinde homenaje a Arthur Wellesley, duque de Wellington, quien derrotó a Napoleón en 1815 y más tarde fue Primer Ministro.
Llegamos al pub a eso de la 1:00 p. m., con el sol en todo su esplendor. Había poca gente —el londinense suele llegar más tarde a estos sitios—. Una mesera con un marcado acento nos dio la bienvenida. Pasé a la barra y pedí una pinta (568 ml) de Guinness de barril. La presión justa formó una espuma generosa y cremosa, de esas que se agradecen. Acompañé la cerveza con un pay de pollo con champiñones, bañado en una salsa blanca a base de sidra. He de confesar que el plato quedó reluciente. El pay costó 19 £ y la pinta, 7 £; todo se paga al ordenar.
Una hora después, ya descansado y tras revisar mis redes sociales, fue momento de seguir la aventura. ¿Más museos? ¿Más pubs? ¿Una caminata a orillas del río? Por opciones no se sufre. Pero eso sí: no dejes de explorar.