SABOR

Hasta dónde con mi mascota

¿Hasta dónde debe llegar el amor por las mascotas? Elías del Mar reflexiona sobre los límites —y abusos— de compartir todo con ellas.

Hace poco fui a tomar café a una terraza que se anunciaba como pet friendly. Al llegar, no supe si estaba en una cafetería o en la sala de espera de un veterinario con WiFi. Había perros en carriolas, perros con pañuelo al cuello, perros con mejor peinado que yo. No tengo nada en contra. Me caen bien los perros, las mascotas en general. A veces más que la gente. Yo tengo una mascota. Pero no pude evitar preguntarme: ¿todo esto está bien? ¿Hasta dónde hay que estirar la correa?

Me preocupa el entusiasmo ciego con el que estamos metiendo a las mascotas en cada rincón de la vida pública. Restaurantes, centros comerciales, cafeterías. A este paso, pronto habrá perros en la sala del cine y gatos maullando en misa. Y mientras más se normaliza, menos se cuestiona.

¿Es lindo ver a un perro echado junto a su dueño en una cafetería? Sí. ¿Es sano para todos? No siempre. Porque hay perros que se ponen nerviosos. Perros que ladran, que gruñen, que muerden cuando sienten miedo. Y dueños que no lo ven, que no lo aceptan o que no saben qué hacer. No todos, claro. Pero con uno que falle, basta para que algo salga mal.

Y no es solo un tema de higiene, aunque eso también cuenta. Es un asunto de sentido común. Lo que pasa hoy en muchos parques públicos es una muestra de lo que podría pasar en los restaurantes: dueños que no recogen los desechos, que pasean sin correa, que asumen que el mundo tiene que adaptarse a su mascota. No se trata de odiar a los animales. Se trata de poner orden. Porque el amor sin reglas se vuelve un problema.

Lo ideal sería que esta apertura a los animales trajera más respeto por la vida. Que al ver a un perro bien tratado en un café, alguien pensara dos veces antes de atropellar un tlacuache o matar una serpiente que ni le hacía daño. Pero la realidad no es tan romántica. En el fraccionamiento La Rioja (en la Riviera Veracruzana) hace poco, mataron a una serpiente Ranera Mexicana —una especie protegida— solo por ignorancia y miedo. Así estamos: mucho amor por el perro con suéter, poco respeto por lo que no entendemos.

Y sí, también creo que habría gente que haría buen uso de estos espacios compartidos. Pero no es la mayoría. Y eso importa. Porque en este país, pedir derechos es fácil; asumir responsabilidades, no tanto.

Así que no, no creo que debamos llenar los cafés de perros sin filtro. Creo que podemos crear espacios para ellos, sí, pero con reglas claras. Zonas definidas. Límites firmes. No todos los perros deben estar en todos lados, ni todos los humanos están listos para convivir con ellos de forma respetuosa.

A veces me da la impresión de que hay perros más educados que sus dueños. Y que lo verdaderamente peligroso no es que haya un pastor alemán junto a tu mesa, sino que su dueño crea que el mundo gira en torno a su mascota.

Desde esta orilla, miro con cariño a los perros. Y con recelo a quienes los usan como excusa para no tener límites.

¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Debemos abrir la puerta a todas las mascotas… o empezar a cerrar algunas antes de que esto se nos salga de las manos?

Casi son novios

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